LA INTEGRACION DE LAS MUJERES A
LAS MARAS.
Los roles de los sexos en las maras son los
tradicionales, fijados por una sociedad machista. En un principio, las jóvenes
sólo tenían el rol de ser las novias de los mareros, y si participaban en forma
activa de las “acciones” de la pandilla, era solamente para servir de
mensajeras o “correos”.
Pero actualmente las jóvenes adoptan más y más las costumbres de sus compañeros: ejercer la violencia, usar armas y tatuarse al igual que los muchachos. Ej. El famoso caso de la diabla.
El rito de iniciación de las muchachas en las maras tiene dos variantes: la “tradicional” golpiza de los trece segundos; la otra es el contacto sexual obligatorio con el jefe, cabecilla de la mara.
Pero actualmente las jóvenes adoptan más y más las costumbres de sus compañeros: ejercer la violencia, usar armas y tatuarse al igual que los muchachos. Ej. El famoso caso de la diabla.
El rito de iniciación de las muchachas en las maras tiene dos variantes: la “tradicional” golpiza de los trece segundos; la otra es el contacto sexual obligatorio con el jefe, cabecilla de la mara.
La mayoría de las jóvenes que ingresan en las
maras tienen entre 16 y 18 años y, en general, permanecen menos tiempo que los
muchachos. Muchas son atraídas por la aparente fraternidad de la “Mara” pero al
poco tiempo se dan cuenta que los esquemas de poder son los mismos que en los
de la sociedad en general. Mientras que los jóvenes dicen ingresar a la mara
para recibir “respeto” y ganar poder, las jóvenes van en busca de la amistad
que no encontraron en otros ambientes. La mayoría de las jóvenes se alejan de
las bandas al quedar embarazadas, lo que sucede con mucha frecuencia, puesto
que poco y nada se sabe de métodos anticonceptivos. Todas dicen desear un futuro
mejor para sus hijos, lo cual es un deseo que suele ser muy difícil de llevar a
la práctica.
Las jóvenes que roban, se drogan, tienen
relaciones sexuales con los “homeboys”, se tatúan y utilizan la violencia,
rompen con muchos más tabúes que los muchachos, reciben una condena mucho más
dura de parte de la sociedad y les resulta enormemente más difícil separarse de
la mara y reinsertarse en la sociedad.
La religiosidad está también presente en la vida
de los mareros. Muchos se consideran, paradojalmente, creyentes, y las iglesias
son espacios neutrales, respetados cuando hay pelea. En las iglesias tampoco,
por lo general, se porta armas. La idea es que sólo Dios comprende a los
mareros, y no los juzga.
Todos los miembros de la mara, al ingresar,
reciben un nuevo nombre, o seudónimo. El seudónimo funciona como símbolo de una
nueva identidad y también para marcar la doble vida que muchos llevan. Con
frecuencia se sabe solamente el apodo de los “homeboys” y no su verdadero
nombre.
RECLUTAMIENTO
La violencia de las maras es brutal, impiadosa,
injustificada y, sobre todo, visible. Los jóvenes integrantes de las pandillas
viven en la calle, ostentan sus cuerpos tatuados y no ocultan su acceso a las
armas o su afición por las drogas. Representan la violencia visible y
personificada, pero no debemos olvidar que forman parte de una sociedad con una
carga de violencia constante en todos sus estratos: violencia de parte de las
autoridades y de la policía, y violencia en la esfera privada: el maltrato a
las mujeres y a los niños, el machismo, los roles de género, la discriminación:
desde las estructuras de poder hasta las estructuras familiares, todo está
traspasado por esta cultura de la violencia.
Aproximadamente existe una población carcelaria actualmente de unos 20 mil mareros en diferentes cárceles Ej. Nacaome, Tamara, Ceiba, Comayagua, La paz etc.
Consideran a los miembros de la Mara como su verdadera familia
Aproximadamente existe una población carcelaria actualmente de unos 20 mil mareros en diferentes cárceles Ej. Nacaome, Tamara, Ceiba, Comayagua, La paz etc.
Consideran a los miembros de la Mara como su verdadera familia
Son muchos los motivos por los cuales las maras
siguen reclutando jóvenes. Es una historia compleja sin soluciones rápidas o
unilaterales. Muchos afirman que mientras el problema se enfoque como problema
policial y se deje de lado su aspecto social y cultural no se podrá frenar este
fenómeno. Las sangrientas guerras civiles con su herencia traumática y la influencia
de las pandillas norteamericanas han contribuido a su formación, pero también
la pobreza, el desempleo, las corrientes migratorias del campo a la ciudad, la
creciente urbanización, el derrumbe de la estructura familiar, los padres
ausentes, la búsqueda de la identidad de los jóvenes, la cultura de la
violencia siempre presente. Y no menos el problema del hacinamiento: las
viviendas ínfimas, donde, estadísticamente, conviven 3 personas en cada
habitación, pero donde no es raro que hasta 5 adultos y 5 niños vivan en un
sólo cuarto y cocina. En familias donde reina el desempleo, el alcoholismo y la
violencia, los niños y jóvenes que no quieren o pueden permanecer en su casa
tienen una sola alternativa: la calle. Y ya en la calle son presa fácil de las
clicas, que les ofrecen una identidad y la ilusión de pertenecer a una
“familia”.
Otras alternativas no existen: el tiempo sobra,
los adultos no tienen trabajo, los niños con frecuencia no van a la escuela y
no hay canchas de fútbol, bibliotecas, cafés, discotecas o espacios donde los
jóvenes puedan reunirse para actividades positivas. Queda sólo el “Barrio” o la
“esquina”. Abandonar la escuela es, cuando no causa del ingreso a la mara.
Su consecuencia. Y quien no deja voluntariamente
la escuela luego del ingreso a la pandilla, deberá dejarla a la fuerza, puesto
que las escuelas cierran sus puertas a los mareros. El temor a la violencia, el
uso de drogas, las armas, son motivos atendibles, pero es, a la larga, una
situación insostenible.
El contacto con la policía es, más que contacto, un choque. Ambos grupos se aborrecen. Los mareros ven en la policía a sus enemigos y los policías suelen usar violencia no provocada y apalear a los mareros en cuanto se les presenta la oportunidad. Las dos partes recurren a la violencia como la aparente solución de los problemas, lo cual llevan este espiral de violencia a crecer aún más.
La mayoría de los jóvenes integrantes de las maras acaban tarde o temprano en la cárcel. Se calcula que cerca del 70% ha cumplido una condena de prisión al menos una vez (3). La mayor parte por delitos de asalto, maltrato u homicidio.
El contacto con la policía es, más que contacto, un choque. Ambos grupos se aborrecen. Los mareros ven en la policía a sus enemigos y los policías suelen usar violencia no provocada y apalear a los mareros en cuanto se les presenta la oportunidad. Las dos partes recurren a la violencia como la aparente solución de los problemas, lo cual llevan este espiral de violencia a crecer aún más.
La mayoría de los jóvenes integrantes de las maras acaban tarde o temprano en la cárcel. Se calcula que cerca del 70% ha cumplido una condena de prisión al menos una vez (3). La mayor parte por delitos de asalto, maltrato u homicidio.
Si bien existen algunas instituciones para la
rehabilitación de jóvenes pandilleros, la gran mayoría acaba en las cárceles
comunes, donde se los mezcla con delincuentes comunes y con integrantes de las
maras rivales. La situación de las cárceles deja mucho que desear:
hacinamiento, malas condiciones de sanidad, prisioneros que permanecen meses y
hasta años sin juicio y sin sentencia. En las cárceles se reclutan nuevos adeptos
a las maras, lo que hace de este castigo una contribución a la espiral de
violencia.
La vida como marero es, desde todo punto de vista,
desgastante. De entre los jóvenes que han pertenecido a la mara más de cinco
años, 8 de 10 quieren alejarse (según encuestas de la UCA, Universidad
Centroamericana y por UNICEF). Pero es un deseo enormemente difícil de
realizar, puesto que son jóvenes “marcados” por sus tatuajes y su dependencia
de la droga. No tienen trabajo y las escuelas se niegan a recibirlos. Carecen
de familia, vivienda y una red social y familiar que los apoye. Hasta ahora ha
sido la Iglesia
Católica, en colaboración con algunas organizaciones de
cooperación internacional, quienes intentan crear espacios donde estos jóvenes
puedan recibir apoyo en su reinserción social, pero aún queda mucho por hacer.
ESTIMADOS HERMANOS:
ResponderEliminarLas bandas de secuestradores que protegen a mis calumniadores están infiltrándose en las maras para rifarlas en mi contra debido a que soy miembro marero. Tambien están notificándome en la red social de GOOGLE en mi cuenta de usuario con haberme contradecido de las bailarinas del Africa aborigen del segmento de la red social de YOUTUBE denominado PLANET DOC que es una documental de planeta tierra sobre animales salvajes y tambien clanes aborigenes del mundo. Me han notificado innumerables veces en todas las entidades sociales que lidereo como tambien con la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días para excomulgarme como profeta Elías de la iglesia.
Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.
ESTIMADOS HERMANOS:
ResponderEliminarLas bandas de secuestradores que protegen a mis calumniadores están infiltrándose en las maras para rifarlas en mi contra debido a que soy miembro marero. Tambien están notificándome en la red social de GOOGLE en mi cuenta de usuario con haberme contradecido de las bailarinas del Africa aborigen del segmento de la red social de YOUTUBE denominado PLANET DOC que es una documental de planeta tierra sobre animales salvajes y tambien clanes aborigenes del mundo. Me han notificado innumerables veces en todas las entidades sociales que lidereo como tambien con la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días para excomulgarme como profeta Elías de la iglesia.
Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.